Afganas reconstruyen su himen en la clandestinidad para evitar castigo talibán

Tener relaciones sexuales sin casarse representa para una mujer en Afganistán una sentencia de muerte con el régimen misógino talibán ahora en el poder, que asume la falta del himen, esa membrana delgada de colágeno, fibrosa y milimétrica ubicada en la abertura de la vagina, como un acto inmoral y criminal. Su dictamen es mostrar las sábanas ensangrentadas después de la primera noche de boda o demostrar pureza antes del encuentro.

Llegar sin ser virgen al matrimonio supone una deshonra para las familias. En esa radicalidad, la reconstrucción de este fino tejido irrumpe como la cirugía femenina en la clandestinidad que salva a aquellas que dieron rienda suelta a sus pasiones desde 2016 cuando el entonces presidente afgano, Ashraf Ghani, impulsó una ley para prohibir las “pruebas de virginidad”.

El precio de la intervención ronda los 500 dólares. Sin embargo, los médicos que la practican no siempre logran cobrarlos, porque la mayoría de las pacientes son de clase media o baja, reveló el periódico El País.

El dato de quienes ofrecen la cirugía pasa “del boca a oreja” y “hay ocasiones donde son los propios padres de la chica que la procuran, sobre todo tras casos de violación”. Estas cirugías se realizan en habitaciones de casas particulares con anestesia local. Es un procedimiento “sencillo y sin ningún riesgo” pero que después de realizarla impide practicar sexo anal porque la “zona es muy estrecha y pondría en riesgo la operación”, relató una especialista al medio español.

Un absurdo

La visión del talibán sobre la castidad es absurda. Si bien muchas mujeres sangran en cantidades variables con la rotura del himen, no es algo que ocurra en todos los casos. Además, mientras que algunos hímenes son tan delicados que se rompen sin sangrar, hay algunas que nacen sin esa membrana o se les rompe accidentalmente como resultado de una lesión.

Aunque ahora es relativamente fácil «volver a coser» el himen quirúrgicamente o usar hímenes artificiales —unas prótesis que aparentan ser una membrana intacta y liberan un líquido rojo similar a la sangre cuando se someten a presión— en 2012 ya había unas 400 niñas y mujeres encarceladas en Afganistán por crímenes relacionados con la moral.

La acusación de zina —una relación sexual voluntaria entre un hombre y una mujer que no se encuentran casados entre sí— interpuesta por maridos, hermanos, padres u otros familiares es suficiente para que se les persiga sin necesidad de pruebas. “El laberinto policial y judicial suele jugar en su contra”.

Una situación que se profundiza con la instauración del Emirato Islámico de Afganistán. Y es que la llegada de los talibanes complica aún más el histórico desamparo de la mujer en este país centroasiático, donde los crímenes de honor corren el riesgo de empeorar, porque el sistema para responder a la violencia de género ha sido destruido por los los fundamentalistas islámicos.

Pruebas de ellos quedan a la vista, precisamente con mociones como las que ha tomado el nuevo gobierno de desaparecer el Ministerio de la Mujer, encargado de darles protección. Ahora, en cambio, se instauró uno de la promoción de la virtud y contra el vicio, una especie de policía de la moral. Por ello, algunas protestan en las calles para levantar su voz en contra.

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